Se le conoce como Barbecue. Es un expolicía sospechoso de la masacre de docenas de hombres, mujeres y niños en la capital de Haití, Puerto Príncipe, y un héroe en su vecindario, donde le siguen multitudes de residentes que lo adoran y lo consideran su protector.
Según las autoridades, hombres como Barbecue, cuyo nombre real es Jimmy Cherizier, están tomando el control de cada vez más zonas en todo Haití mientras la seguridad pública se desintegra y el gobierno pierde el control sobre una nación que vive uno de los periodos más violentos de su historia reciente pese a la presencia de una misión de paz de Naciones Unidas desde hace 15 años.
“Las pandillas se multiplican porque el gobierno es débil”, apuntó el procurador general de Haití, Paul Eronce Villard, que estima que en la actualidad hay más de 50 bandas operando en el país. “Esto es un verdadero desafío para la policía”.
Los grupos armadas, que a veces están ligados a policías corruptos y que se cree que están financiados por políticos y empresarios locales, se enfrentan entre ellas por el control de los lucrativos mercados al aire libre de Puerto Príncipe, fuente de ingresos constante por las llamadas tarifas de “protección” a vendedores, además de por tratos de drogas y venta de armas.
Entre ellas está Base Delmas 6, que según grupos de derechos humanos está encabezada por Cherizier en el empobrecido vecindario de Lower Delmas de la capital. Cherizier lo niega y se describe como un líder comunitario que reparte dinero en efectivo entre los residentes que lo necesitan, limpia la basura de las calles y protege al barrio de las pandillas rivales.
Además es sospechoso de la peor masacre del país en años y está acusado por la policía y por testigos de ayudar a orquestar el asesinato de hasta 59 personas en el cercano vecindario de La Saline el año pasado.
Pero aunque aparece nombrado en un reporte policial y en las investigaciones de dos grupos locales de derechos humanos sobre las muertes, Cherizier no solo sigue libre sino que es el hombre más poderoso de Lower Delmas.
Con una insignia de la policía tatuada en su antebrazo derecho y una pistola de 9 milímetros a la cintura, Cherizier, de 42 años, duerme durante el día y pasa las noches rastreando las calles en busca de enemigos. Vela por el cumplimiento de un toque de queda nocturno y tiene un pequeño ejército de vigilantes que tocan tambores para alertar a los residentes de que se acercan pandillas rivales.
En un sábado reciente, Cherizier se agachó entre sábanas moradas y amarillas tendidas en estrechos callejones y esquivó carretas oxidadas llenas de caña de azúcar y a mujeres lavando en cubos. Un olor a marihuana y a aguas residuales sin tratar impregnaba el aire.
Bebiendo de una botella de ron Barbancourt, más tarde señaló a un canal ancho que los residentes emplean como baño y a una clínica médica cerrada y destacó la falta de escuelas.
“¿Qué ve?”, preguntó mientras señalaba a una multitud de seguidores congregados en torno a él. “Esto es miseria. Ninguno de estos chicos tiene futuro. En 10 años, tendrán un arma en la mano”.
Otro supuesto cabecilla de una pandilla, Joel Noel, se presenta como líder comunitario de La Saline, el lugar donde comenzó la masacre el pasado 13 de noviembre cuando hombres armados con pistolas y machetes entraron en casas, matando y torturando a docenas y violando a varias mujeres. Los cuerpos de las víctimas fueron quemados o descuartizados y arrojados a cerdos y perros. Entre los fallecidos había una niña de 4 años que recibió un disparo en la cabeza en brazos de su madre, según las autoridades.
En un reporte de investigación interno de la Oficina de Asuntos Penales de la policía haitiana al que tuvo acceso The Associated Press, se pedía la detención de Cherizier y de otras 68 personas por cargos que incluían asesinato y violación. El informe está siendo revisado ahora por un juez, más de seis meses después de una matanza por la que todavía no hay acusados.
Cherizier está implicado en dos muertes contempladas en el reporte: la de una mujer que lo acusó a él y a otros 13 de balear y matar a su primo y de arrojar su cadáver a un pantano, y el de otra mujer que lo acusó de asociarse con otros para asesinar a su hijo.
Noel, con los labios teñidos de púrpura por el vino que había estado bebiendo esa mañana, también acusó a Cherizier de las muertes y aseguró que la gente de La Saline duerme en las calles por miedo a pasar la noche en sus casas.
“Necesitamos seguridad, necesitamos ayuda para la gente, necesitamos justicia”, manifestó añadiendo que teme que haya más asesinatos. “La gente que no puede pelear serán las víctimas”.
Cherizier negó cualquier relación con la masacre y afirmó que sus enemigos lo relacionaron con lo ocurrido como venganza. Contó que le pusieron el sobrenombre de Barbecue cuando era niño porque su madre era una vendedora ambulante de pollo frito, no porque esté acusado de prender fuego a la gente.
“Yo nunca masacraría a gente de mi misma clase social “, declaró Cherizier, quien se inspira en el fallecido dictador François “Papa Doc” Duvalier, que gobernó Haití con una brutalidad sangrienta como “presidente vitalicio” entre 1957 y 1971.
“Yo nací al lado de La Saline. Vivo en el gueto. Yo sé lo que es la vida en el gueto”, agregó Cherizier, que es el más pequeño de ocho hermanos y se quedó huérfano de padre a los 5 años.
Semanas después de la masacre, la policía acusó a Cherizier de estar de baja sin motivo y lo expulsó del cuerpo. Cherizier alega que cuando comenzó el ataque estaba durmiendo y que nunca abandonó la policía.
Marie-Yolene Gilles, directora ejecutiva del grupo de derechos humanos Fondasyon Je Klere, acusó a los políticos de condonar y alentar la actividad de las bandas. Desde hace años, La Saline ha sido foco de protestas antigubernamentales y el asalto ocurrió días antes de unas protestas convocadas en todo el país contra la corrupción.
“La situación de seguridad en Haití es muy, muy alarmante”, señaló. “Parece que el país no tiene un líder”.
El repunte de la violencia llevó al Departamento de Estado de Estados Unidos a retirar del país a todo su personal no vital a mediados de febrero. También emitió un aviso desaconsejando viajar a la isla mientras el cuestionado presidente del país, Jovenel Moise, enfrenta masivas protestas por presunta corrupción, escasez de artículos básicos y una inflación récord.
Villard, el procurador general, dijo que la violencia es peor ahora que en 2004, cuando el expresidente Jean-Bertrand Aristide fue derrocado en una rebelión que provocó la intervención de las fuerzas de paz de Naciones Unidas, cuya misión terminará en octubre.
Según Serge Therriault, comisario de la policía de la ONU en Haití, los conocidos como “cascos azules” abordaron el problema de las pandillas en las primeras fases de su misión, pero le preocupa su reaparición y cree que está ligada con la recesión económica.
“Hay cosas limitadas que la policía puede hacer”, dijo. “Podemos intentar frenar la actividad de las bandas, pero hasta que esta gente tenga empleo... es muy difícil”.
La policía haitiana tiene que lidiar también con las pandillas que se infiltran entre sus filas. El mes pasado entregaron a cinco cadetes sospechosos de estar en bandas a las autoridades mientras crecía la indignación por los asesinatos cometidos a plena luz del día, incluyendo el de un detective policial asesinado en un vecindario de clase alta y el de un profesor de universidad que fue baleado a la salida de un banco.
La creciente violencia preocupa también a Jean-Pierre, propietario de un negocio y que declinó dar su apellido por razones de seguridad. Abrió un café en Lower Delmas hace un año, pero los ladrones ya han roto los vidrios en tres ocasiones. Regresó a la isla desde Montreal en 2011 pero ahora piensa en volver a marcharse.
“Amo este país, pero llegado el momento tengo que tomar la mejor decisión para mi familia”, señaló. “No creo que hayamos tocado fondo ya... Esto se va a poner más difícil en los próximos meses. Va a llegar a un punto de no retorno”.